Mississippi Burning (1988)
Duración: 128 min
País: Estados Unidos
Dirección: Alan Parker
Guión: Chris Gerolmo
Música: Trevor Jones
Fotografía: Peter Biziou
Reparto: Gene Hackman, Willem Dafoe, Frances McDormand, Brad Dourif, Gailard Sartain, R. Lee Ermey, Stephen Tobolowsky, Michael Rooker, Pruitt Taylor Vince, Badja Djola, Kevin Dunn, Tobin Bell
Productores: Robert F. Colesberry, Frederick Zollo
“Yo solo soy un pedazo de tierra,
No me confunda, señor, por favor;
Yo solo soy uno más en la tierra,
Yo solo soy uno más bajo el sol…”
Encuentro Con El Diablo (1980) – Serú Girán
Reseña por José Carlos Velarde-Alvarez
¿De dónde proviene el odio? ¿Es inherente a la naturaleza del ser humano? ¿Es posible cultivarlo en nosotros? ¿No es acaso soberbia la que hace que nos comportemos como unos idiotas?
La soberbia – en mi consideración- es de todos, el peor pecado capital que existe y, sin lugar a dudas, es matriz de los demás vicios. Desarrollándose la misma paulatinamente en una suerte de ámbito competitivo imperceptible que rige sobre nuestro proceder, a tal punto de estimar que sobresalir de entre los demás es sustancial para ser tomados en cuenta por la comunidad en la que gravitamos. Siendo así, además, que es propio a nuestra condición humana asumir una postura individualista-desafiante respecto de los otros, y que se resume en la máxima: «a nadie le gusta perder».
Como sea, esto no está tan mal. Lo que sí lo está es el desvirtuar esta estructura invisible con tal de imponer un modelo en el que solo unos cuantos sean los beneficiados y en el que impere, a la vez, una desconsideración total por el otro. Todo ello en virtud de conservar una selección jerárquica que ejercen “superiores” contra “inferiores”, basándose los primeros en tesis que carecen de fundamento. Tesis que, asimismo, se disfrazan de movimientos políticos y que, al rebosar de eufemismos, no dan cuenta de que los argumentos empleados en los mismos se encuentran impulsados por motivos de corte racial, excluyente e intolerante.
No obstante, lo más sorprendente es ver cómo sujetos adeptos a este tipo de pronunciamientos no reparen en aquello que está detrás o, peor aún, ni siquiera cuestionen las ideas que les están siendo puestas en bandeja. Quizá sea porque tocan sus fibras más íntimas. Otorgándoles un espacio en el que no se les opondrá recriminación alguna por las creencias que tengan pues estarán respaldadas por una colectividad que piense de la misma manera, dotando así de un vasto espectro de acción a la insensatez del hombre.
Es allí donde la soberbia toma un papel protagónico. Donde “no se trata del orgullo de lo que tú eres, sino el menosprecio de lo que es el otro”[1]. Personas que miran por encima del hombro a sus semejantes. Personas creyentes de que la vida, la libertad o el patrimonio – que le son consustanciales a nuestro «ser»- sean solo de unos cuantos, concibiendo a los demás como infrahumanos. Personas que, en su ignorancia, depredan cualquier otra manifestación que vaya en contra de lo que les parece cultural, moral o políticamente correcto.
En resumen, son personas que “desprecian la humanidad de los demás, (…) [y eso] es negar nuestra propia humanidad”[2].
Una brillante película
Mississippi Burning trae al cine un hecho atroz con una dosis exacta de drama y suspenso que, sin embargo, no muestra las consecuencias que se derivaron del mismo.
¿El hecho? Asesinato de tres activistas pro derechos civiles acontecido en Mississippi, junio de 1964;
¿Dosis de drama? La magistral actuación de Gene Hackman (Rupert Anderson) junto con una acertada interpretación de William Dafoe (Alan Ward) aportan a la cinta un matiz singular. Fuera de las divergencias que se presenten entre ambos, se erige un vínculo que – lejos de traer a colación nuestras soporíferas lecciones de química en la escuela- demuestra una armonía entre opuestos desde una “sana” incompatibilidad de personalidades. Donde es Ward quien no dejará llevarse por los impulsos que hacen titubear a su “estable” concepción de lo correcto; mientras Anderson tiene arraigada la creencia de que no tiene por qué someterse al cumplimiento de la ley, aunque esta sea injusta manifestada en la aplicación de mecanismos poco ortodoxos para lograr una investigación satisfactoria y, además, rescata a la ironía como lo único que le permite sobrellevar tan repulsivo atolladero. Configurando finalmente a ambos en el patrón de policía bueno/policía malo.
¿Qué hay del suspenso? La música y la fotografía a cargo de Trevor Jones y Peter Biziou respectivamente, y los momentos en los que interviene el Ku Klux Klan en la cinta no solo plasman lo detestable de la supremacía blanca, sino que invitan a sumergirnos en la profundidad de estas escenas. Nos atraen, asimismo, a preguntarnos qué es lo que los movía a actuar así.
¿Consecuencias? La “contribución” de este acontecimiento a la derogación de leyes que se basaban en la doctrina «separados, pero iguales» referente al caso Plessy contra Ferguson (1896), desembocaron la promulgación de la Ley de los Derechos Civiles en julio del ’64.
En suma, esta gran obra cinematográfica muestra a una sociedad sudestadounidense quebrantada por el predominio de la segregación racial y los pensamientos puristas. Siendo las mismas, residuos de un modelo socioeconómico anterior a la Guerra Civil, al cual se anhela con nostalgia. Creyendo – no sin error- que se mancilló la “gloria” de una cosmovisión que defendía obsoletas costumbres, que era práctica e independiente de la frivolidad de las industrias; pero que, sin embargo, no poseerán luego un sustento racional en esta fanaticada de la preponderancia de las razas. Persiguiendo, en su soberbia, un único objetivo: “[el de] contradecir a todo y a todos [con tal] de buscar notoriedad ya que de otra manera no la conseguirían jamás”[3].
Ahora solo queda preguntarnos si se cerrarán las puertas de este infierno, si se desarraigará el desprecio por el otro impregnado en la conciencia colectiva. Quizá encontremos consuelo en las palabras de Simcha Bunim de Peshisha (1765-1867), líder clave del judaísmo jasídico en Polonia. Dice así:
«Todos deben tener dos bolsillos, con una nota en cada bolsillo, para poder meter la mano en uno o en el otro, según la necesidad. Cuando se sienta humilde y deprimido, desanimado o desconsolado, uno debe buscar en el bolsillo derecho y, allí, encontrar las palabras: "Por mi bien fue creado el mundo". Pero cuando se sienta alto y poderoso, uno debe buscar en el bolsillo izquierdo y encontrar las palabras: "No soy más que polvo y cenizas”».
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